En Alcázar de San Juan a 1 de Junio de 2015
Estimada amiga:
Ya que me escribe preguntándome por lo ocurrido, sepa usted que yo soy Miranda, y desde hace cuarenta y cuatro días estoy cumpliendo condena en el centro penitenciario de mujeres Herrera de la Mancha.
El día que entré no tenía miedo, ni lo tengo en estos momentos. No nos conocemos personalmente, así que debo decirle que soy una chica alta, guapa, esbelta, pelirroja y fuerte, muy fuerte; mi personalidad es fría y seca, a veces peco de arrogante pero en realidad me gusta ser así, ser diferente. Esto me ha hecho llevar una vida de soledad y marginación, y claro cuando eres una cría te duele ver que todos te dan de lado, se ríen de ti por no ser como ellos, te pegan, te insultan... Y decidí reírme yo de ellos unos años más tarde, aunque fuera lo último que hiciese. Cogí la navaja que tenía guardada mi padre en su mesilla, me la metí en el bolsillo y más decidida que nunca fui a buscarlos uno por uno. El resultado está claro, me pillaron con las manos en la masa en la última de mis venganzas y me han condenado a veinticinco años de prisión con cargos, por el asesinato de once jóvenes.
En realidad, no me importa estar aquí. La cárcel es dura y cruel, pero nada comparado con el sufrimiento por el que decidí cometer dichos crímenes. En estos días, me he hecho respetar por algunas de las presas, pero aquí hay como dos bandos, aunque he de reconocer que uno es más fuerte que otro, y yo como siempre, no estoy en ninguno; por eso en parte van un poco a por mi, pero no me preocupa en exceso ya que soy capaz de hacer cualquier cosa si me hacen algo.
En este sitio reflexionas, y piensas, a la vez te sientes solo pero con esperanza de que hay alguien esperándote fuera. Aunque lo mío sean muchos años se que mi familia no me abandonará nunca, a pesar de todo este pasado tan oscuro. No tengo tan claro como sobrevivir aquí, aún no se bien como funciona la cárcel, aunque lo que me quedó muy claro fue que nunca debo pedir un favor a nadie aquí, porque se lo tendrás que devolver y no de la manera más buena.
En mi celda duermen otras tres mujeres, una bastante mayor a la que no le quedarán más de dos alientos, otra que no habla mucho ni se mueve demasiado de la cama, y la última, con la que he cogido más amistad, se llama Valeria y tiene una condena de un par de años por seguidos hurtos en centros comerciales. Ella es totalmente distinta a mi, es bajita, de pelo negro y se la ve muy débil, más de una vez he tenido que dar la cara por ella en enfrentamientos con otras presas. Yo no le suelo tener miedo a nada, pero hay algo que me asusta y es que, pronto le darán el tercer grado, es decir, por el día se irá a su casa y por la noche tendrá que venir a dormir a la cárcel, pero la cambiarán de módulo con las que están cumpliendo el tercer grado también. Cuando esto ocurra me volveré a sentir sola, como a lo largo de estos veintiséis años de vida y no me gusta esa sensación. Pero aquí, me he dado cuenta de que soy una persona fuerte y no tan fácil de derrumbar como años atrás me creía.
Amiga, no le escribo esto porque piense que soy inocente o porque quiera que me disminuyan la condena, es simplemente para que por lo menos una persona sepa que no soy tan mala como los demás piensan, que hice esto por alguna razón aunque vosotros no la comprendáis, y que volvería a hacerlo mil veces más.
Un saludo, Miranda.
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